lunes, 17 de marzo de 2008

Introducción

Hay una percepción muy clara entre los adultos, sin importar su país ni su cultura, sobre la importancia de ciertos alimentos en el desarrollo infantil y en la instauración y mantenimiento de la salud. Todo el mundo entiende que "comer bien" es necesario para que un niño pequeño crezca adecuadamente y se convierta en un adulto últil y productivo. Esta idea no debe ser tan sencilla en la práctica ya que resultan evidentes los problemas de malnutrición en el mundo (y no únicamente por falta de recursos, sino también por su incorrecta gestión y distribución) y el aumento continuo del problema de la obesidad en los países más desarrollados e, incluso, en aquellos que cabe calificar de "pobres". En consecuencia, hay que incidir sobre las características de una adecuada alimentación (según bases y conocimientos científicos) desde la infancia más temprana si tenemos en cuenta que la formación de las preferencias, hábitos, gustos y aversiones alimenticias tienen lugar en estas edades.

También es cierto que en nuestro medio alimentarse correctamente es una preocupación cada días más extendida. De hecho, no solo es un tema que preocupe a los estudiosos, a los científicos y a los medios de comunicación, sino que muchas otras personas demuestran a diario su interés en seguir una alimentación equilibrada como el medio más sencillo de alcanzar y disfrutar del bienestar personal. En efecto, numerosas enfermedades tienen una estrecha relación con nuestra dieta: algunas pueden deberse a la escasez de ciertos nutrientes, y otras (mucho más frecuentes en países como el nuestro) se deben precisamente a lo contrario. Por ejemplo, la abundancia de alimentos que se suele ingerir junto con la escasa actividad física, puede conducirnos finalmente a la obesidad y otras muchas patologías asociadas.

Así, está claro que en el período de uno a seis años de edad, la alimentación debe aportar la energía y nutrientes necesarios para garantizar un crecimiento y desarrollo óptimo, y para ello es fundamental el papel que desempeña la familia. En este período, los niños se familiarizan con la variedad de alimentos y con las distintas formas de preparación más habituales en su entorno. En ese medio ambiente ocurre, por lo tanto, esa fijación de límites y el asentamiento de las normas y pautas vinculadas con el consumo de alimentos y bebidas. Este conjunto de normas de referencia son las que sólidamente persistirán en las etapas posteriores de la vida y las que explican la gran dificultad que supone el intentar cambiar los hábitos alimentarios de un adulto, aunque él mismo exprese la necesidad de hacerlo.

En este sentido, destacaremos que tradicionalmente el comedor escolar ha venido desempeñando una función social muy importante, al garantizar el aporte de la comida principal. Esta realidad se ha visto transformada recientemente con un número creciente de usuarios de comedor escolar como consecuencia de los cambios sociales ocurridos, especialmente la incorporación de las mujeres al mundo laboral fuera del hogar y la lejanía de los domicilios tanto respecto al colegio como a los trabajos de los padres.

Los últimos años, iniciativas de organismos supranacionales (OMS) y nacionales (Ministerio de Sanidad) han intentado fomentar activamente la mejora de la alimentación en diferentes edades, muy especialmente en las más tempranas. Se ha iniciado desde el Gobierno y desde las comunidades autónomas en la regulación del comedor escolar, así como en la educación para la salud y en la mejora del valor nutritivo de los menús servidos en centros escolares y universitarios. Así se recoge en el correspondiente proyecto del Real Decreto (2005) del Ministerio de Sanidad y Consumo en el marco de su Estrategia NAOS.



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